Álvaro Fernández Peña
(Primera parte)
Los acontecimientos acaecidos durante los últimos días, casi sin separación de tiempo alguno, han terminado por desbordar un vaso de por si lleno.
Un joven sano y de futuro brillante es brutalmente asesinado de un balazo en la cabeza, a la vista de muchos, por osar pitarle a un rufián que casi lo choca. Una ilusionada madre es cruelmente asesinada frente a su niño al tratar de protegerlo de la refriega provocada por pandilleros, para quienes las calles sin ley de nuestra ciudad son su escenario. Un abuelo pulpero muere a plena luz del día con la cara destrozada de un escopetazo a quemarropa, queriendo proteger el limitado fruto de su esfuerzo. Y hay más, pero lo dicho alcanza y sobra, ya todos conocemos la situación o la hemos vivido en carne propia.
Los puntos deben de ser puestos sobre la íes con claridad y franqueza, le duela a quien le duela o le afecte a quien le afecte.
Así que hagámonos la pregunta de fondo ¿Qué hace que un país que hasta hace muy poco era ejemplo en el mundo en valores familiares, sociales y cívicos, descienda como avión en llamas, con todos nosotros a bordo, hacia un primitivo caos de salvaje impunidad?
La cadena de causas es fácil de seguir. Desde un punto de vista práctico esta gente murió porque sus asesinos está libres de temor a una justicia pronta y cumplida… no hay justicia pronta y cumplida porque las autoridades policiales y judiciales están maniatadas por leyes desactualizadas y saturadas de portillos que favorecen a la delincuencia… y no tenemos leyes adecuadas porque quienes deben hacerlas están demasiado ocupados peleando sus míseros intereses personales o de partido. Desde el punto de vista moral esta gente murió porque sus asesinos jamás fueron formados adecuadamente por sus padres o profesores en valores y principios… a su vez estos padres y profesores tal vez los recibieron de los suyos, pero pervertidos por el ejemplo de sus jefes y gobernantes… y estos jefes y gobernantes adoptaron su deleznable actitud cuando de sus modelos, de quienes suponían recibir la máxima directriz y ejemplo, solo obtuvieron un mensaje de doble moral y corrupto oportunismo.
Todo se resume en líderes o para el caso, la ausencia de ellos. Este es el elemento central que define una identidad nacional disciplinada, que se permea desde los estratos más altos y visibles, a los más básicos y personales. Es primeramente en las más elevadas esferas del poder, entregado por consenso popular a aquellos que pensamos reflejan mejor el buen sentir de las mayorías, donde se establecen las directrices y el ejemplo a seguir por todos los ciudadanos. Ahí se define lo que es válido y lo que no lo es, lo que son nuestros derechos y lo que son nuestros deberes, el rumbo sobre el cual construir, los mecanismos a seguir en cada paso y las herramientas a utilizar para ello.
Así llegamos al primer poder de la República, a los Padres de la Patria, a los que por sabiduría y mérito les asignamos la labor de definir y diseñar nuestro país, llegamos así a la otrora honorable y preclara Asamblea Legislativa.
Los cambios generados en pocos años son dramáticos; de un conjunto de hombres y mujeres genuinamente sacrificados y preocupados por hacer lo correcto, pasamos a otro de dudosa moral, llegando al extremo que algunos de ellos han sido cuestionados y hasta condenados por actos de corrupción, narcotráfico y estafa, y para los que la torcida y ya gastada frase de “electos para servirse y no para servir”, parece ser su verdad de cada día. Todo indica que, como mínimo, estamos ante la espantosa realidad de que quienes tienen en sus manos la sagrada labor de guiarnos con su ejemplo y sapiencia, lo hacen con la fetidez de su ambición personal, sin ya siquiera preocuparse por mantener las apariencias.
Hoy vivimos una sociedad enferma por su convencimiento de que el interés personal es más importante que el colectivo, sin importar el daño que se haga; pero esto no significa que hayamos llegado a un punto de no retorno y la causa esté perdida. Afortunadamente esos principios y valores que sirvieron de fundamento a nuestra querida Costa Rica están aún muy cercanos, y que quienes creemos en ellos todavía somos mayoría.
Va a tomar mucho tiempo curar esta enfermedad, casi el mismo que tomó llegar a donde estamos, pero no solo es factible sino imperativo. Entendiendo correctamente las causas podemos encontrar la medicina; eso si, a sabiendas que tomará coraje y sacrificio, el tipo de coraje y sacrificio heroico que nos mostró Juan Santamaría cuando quemó el mesón que servía de guarida a los filibusteros.
En la siguiente entrega comenzaré a explorar las formas en que esto puede llevarse a cabo. Algunas medidas podrán parecer extremas y hasta sediciosas, pero la realidad es que ante situaciones extremas, lo primero que debe analizarse son las medidas extremas. Ustedes serán los jueces.
¡Los valientes den un paso al frente!
(Segunda parte)
Queda claro que la terrible espiral de violencia y pérdida de valores fundamentales que hoy vivimos solo puede ser atribuida, en última instancia, a la ausencia de moralidad de quienes dicen llamarse “representantes legítimos del pueblo”, dado que lo único que sí representan fielmente, es su ambiciosa mezquindad.
Atribuir la culpa a los cuerpos policiales, a los tribunales de justicia, a los inmigrantes no deseados, al materialismo desbordado, a un sistema educativo desactualizado y carente de visión, a la violencia global o a la desintegración familiar, no es más que distraer la atención hacia los síntomas de una enfermedad mucho más profunda y despiadada.
El ridículo enmarañamiento que hoy vemos en la formulación y aprobación de cualquier ley de interés nacional, que hace muchísimo tiempo no se concreta, solo podría atribuirse a un patético nivel de estupidez de nuestros Diputados, o a intereses ocultos que van más allá de los procedimientos y mecanismos de aplicación constitucional obligatoria. Una simple mirada a cualquier acción emprendida por el plenario durante los últimos años nos deja un mensaje claro: El honesto proceder en la consecución de un ideal nacional coherente y justo para todos, es cosa del pasado.
La Constitución nos da el derecho inalienable a los ciudadanos de rebelarnos cuando quienes nos representan dejan de hacerlo, y este es el caso, ya que quienes estoicamente deben velar por el bienestar supremo de todos los costarricenses, velan ahora únicamente por su propio bienestar.
Llegó la hora de enviar a casa a estos Diputados sin que medie responsabilidad patronal alguna, y cuidado no, hasta procesarlos por un accionar que solo podría ser catalogado de traición a la patria. Claro está que esto es más fácil de decir que hacer, ya que desprender a un parásito con poder de una teta tan lucrativa puede probar ser una labor harto difícil. Solo recordemos, y ya volveremos sobre el tema, de que siempre existe la opción de la “desobediencia civil pacífica”, mientras sin perder el hilo continuamos en el intento por descifrar lo que deberíamos hacer una vez que limpiemos la casa.
En Costa Rica sobran los hombres y mujeres honorables dispuestos a hacer lo que sea necesario para restablecer el ideal perdido, todos conocemos al menos uno, solo hay que proponerlos y entre todos seleccionar los mejores, sean cinco, diez o cincuenta, para que nutridos con las ideas de todos nosotros, se reorganice nuestro Sistema Legislativo desde sus cimientos, comenzando con la nominación de los candidatos y hasta su fiscalización y control una vez en ejercicio.
Si esta primera idea para iniciar un debate público suena absurda, recapacitemos en las virtudes de nuestro sistema democrático, que funciona y funciona muy bien, cuando en cada uno de los pasos se acepta el voto de las mayorías y se sigue adelante sin mirar atrás; hacer lo contrario solo provoca el entorpecimiento caprichoso propio de los malos perdedores. Lecciones tan básicas y simples de entender son las que hacen difícil de asimilar que individuos de una cultura e inteligencia supuestamente superior, con el ejemplo vivo de antecesores no muy lejanos, sean incapaces de asimilarlas y aplicarlas. La historia nos lo dice muy claro: la ambición colectiva guiada por líderes preclaros construye imperios, la individual con norte mezquino, los destruye.
Así que, llegó la hora que los costarricenses plantemos nuestro pie con firmeza para defender lo que con la sangre de muchos se logró y nos hizo ejemplo en el mundo, de no hacerlo solo probaría aquel adagio que dice: Cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Son ahora, cada uno de ustedes, quienes tienen la palabra.
En la siguiente entrega me atreveré a más, sin temor personal y con el convencimiento de quienes hoy somos mayoría, podemos trabajar juntos para restaurar la Costa Rica perdida… y de que aún hoy nos ufanamos.
… Continuará.
Fuente: Asociación Abaanimal